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Literatura en el blog

3/05/2006

12 años sin la Gran Bestia

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Han aparecido más de 60 libros de su autoría; el próximo jueves, 12 años de su muerte

Bukowski hizo de la literatura y sus borracheras únicos motivos de vida

VICTOR M. CARRILLO MONTIEL
ESPECIAL
Domingo 5 de marzo de 2006


Houston. En un pasillo de la City Light Books en San Francisco se escucha el ruido peculiar del vómito. Adentro, ignorando lo que pasa, una multitud aplaude y ríe y espera. Después de un par de ruidosas arcadas aparece, limpiándose de vómito y vino barato la boca y casi preparado para iniciar una lectura de sus poemas, Charles Bukowski, quien comienza el recital con un sonoro y apestoso eructo.

La imagen es del documental Bukowski: Born Into This, de John Dullaghan, y pinta la esencia de Bukowski: un escritor incómodo con el status quo, que hizo de la literatura y de sus borracheras su único motivo de vida, y en cuya poesía usó un lenguaje de una crudeza brutal más que metafórico.

Bono, vocalista de U2, su amigo, lo describió: "fue un tipo que no tuvo tiempo para la metáfora", pero paradójicamente burlarse de la metáfora se convirtió en uno de sus mejores aciertos literarios. Amparándose en los sótanos más oscuros y léperos del lenguaje, atrapó a los lectores desilusionados por la literatura que consideraba de un vacío enajenante y los encantó poco a poco.

Bukowski nació el 16 de agosto de 1920 en Andernach, Alemania, y fue llevado a Los Angeles a los dos años. Su madre, Katharina Fett, era alemana y su padre, Henry Bukowski, un militar estadunidense que sirvió durante la ocupación en Alemania al final de la Primera Guerra Mundial.

Su familia era la típica en la Alemania de la posguerra: pobre y resentida. Un día, el que sería su padre le llevó comida a la que sería su madre, quien indignada se la aventó. Pese al desaire el militar siguió llevándole alimentos, un gesto que ablandó el corazón de Katharina y eventualmente la motivó a casarse con él.

Dolor sin razón

La pareja se mudó a Estados Unidos, pero la Gran Depresión, la falta de trabajo y dinero frustraron al padre, quien como salida -narra el escritor en The Death of the Father- tenía sólo una opción: golpearlo.

"Cuando alguien te golpea durante mucho tiempo y tan fuerte, te preguntas qué significas. Cualquiera que sea severamente castigado durante su niñez, o sale de esa situación, o termina siendo un violador o un asesino, o en un manicomio, o se pierde en todo tipo de direcciones. Así que mi padre fue un gran maestro de literatura, me enseñó el sentido del dolor, un dolor sin razón", dijo a la revista High Times.

Y ese dolor lo convirtió en un desprotegido y lo alió con hombres al borde del suicidio o la locura ("me simpatizan los hombres con dientes y mentes rotas, y me atraen las mujeres viles, prostitutas borrachas con medias holgadas", escribió en Guts), cuya única oportunidad era resistir; con los más vulnerables en una sociedad en la que portar ese calificativo es sinónimo de no ser y que en la década de los 50 siendo ya la capital de la Coca Cola, El Gran Gatsby -que santifica los beneficios del capitalismo- estaba cerca de ser "la gran novela americana".

Pero rebelarse al libro de Scott Fitzgerald, a su carga ideológica, no era lo que Bukowski pretendió. No quiso iniciar o pertenecer a un movimiento social; sólo anhelaba tener con qué emborracharse, hojas para su máquina de escribir y papel para el baño.

"No soy ningún líder o gurú. Ni busco soluciones en Dios o en la política. Si alguien hace ese trabajo sucio y crea un mundo mejor, lo aceptaré", dijo.

Aun así muchos se sintieron representados por él, que se dedicó de tiempo completo a la literatura a partir de los 49 años después de ser cartero durante 12, y se convirtió en un fenómeno literario en la costa oeste de Estados Unidos porque las editoriales y los críticos de Nueva York, entonces árbitro de la cultura, lo ignoraron y pasó inadvertido en el resto del país.

Pero superó los caprichos de la Nueva York de nariz respingada y sus libros fueron mejor vendidos en Europa. Estados Unidos volteó a verlo cuando su leyenda ya había tomado forma.

Mientras sus textos circulaban en mayores tiradas Women perdía vigencia. En esa novela dice que no tuvo mujer durante cuatro años. Pero conforme su fama crecía se fue convirtiendo en un peculiar don Juan cincuentón con cara cicatrizada por el acné, barriga enorme, que vestía jeans y manejaba un Volkswagen 67 en el que llevaba a cuanta mujer se le insinuaba a su departamento en DeLongre Avenue 5124, al este de Hollywood.

Chinaski, su alter ego (cuando discutía borracho con su esposa, le gritaba: "No me digas hijo de la chingada; dime Arturo Bandini" -personaje de John Fante, su escritor preferido), aceptó que su vida y literatura estuvieron marcados por dos hechos inalterables: haber tenido a los padres que tuvo ("tuve unos padres terribles, y ellos construyen el mundo de uno"), y haber sufrido un caso atípico de acné que le dejó marcada la cara y el alma.

Heinie, como le apodaban en la primaria por el acento alemán con que pronunciaba su primer nombre, Henry, enfrentó esas frustraciones escuchando el 91.5 de FM o el 1330 de AM (ya desaparecida) de Los Angeles, ambas de música clásica; protagonizando peleas en las cantinas; expulsando, completamente borracho, del sofá de una patada a su esposa Linda Lee, amenazándola con el divorcio, o simplemente caminando y deteniéndose, como narra en Notes of a Dirty Old Man, en algún puesto de Hollywood y Western para disfrutar de las colinas y el sol mientras devoraba un taco.

Pero fue escribiendo como mejor le metió mano a la vida por debajo de la falda sin recato alguno.

Se refugiaba en su único credo: dos botellas de tinto y música clásica, y entonces los textos salían de su máquina como en cascada: redactó su primera novela Post Office, en sólo 19 días, y se han publicado más de 60 libros de poemas, cuentos y novelas, incluyendo ediciones póstumas, que lo confirman como un escritor que hacía de su literatura, autobiográfica casi totalmente, una hoguera en la que se incendiaba a sí mismo.

Pese a que sus poemas eran una fuente liberadora, los golpes de su padre que lo orillaban al suicidio ("soy el chico suicida") y la cara cicatrizada ("es el peor caso de acné que he visto": su médico, en Ham on Rye), hicieron de su literatura una representación de la realidad de aquellos a quienes les falló la vida, como a él.

Y para ambos casos encontró desde los 17 años el antídoto perfecto, que lo acompañó desde su primer libro Flower, Fist and Bestial Wail (1960), hasta su póstumo más reciente publicado Come in on! New Poems (2006): "Siempre estaré borracho; la borrachera aleja a uno de la obviedad, y si frecuentemente uno está lejos de ella, no se convierte en un tipo obvio", dice en Ham on Rye.

Bukowski era una mezcla de Walt Whitman, don Juan y el mexicanísimo Pito Pérez. (El antihéroe teporocho de la picaresca mexicana, Pito Pérez, que lo mismo se emborrachaba con vino de consagrar que se deleitaba mirando las piernas de las devotas mientras escuchaban misa, pensaba como Charles: "seré malo hasta el fin, borracho hasta morir congestionado por el alcohol").

Ni la explosión de una úlcera que le sangró por la boca y el ano, por lo que fue trasladado al hospital de Los Angeles en 1955, de donde salió con la advertencia de que si tomaba un trago más moriría, lo persuadió de dejar el alcohol: años después, en el documental de Dullaghan, se ve a un Heinie ya viejo brindando hacia la cámara con un vaso de vino tinto, sonriendo con esa sonrisa que tienen los que no le regatean nada al drama humano, y acusando: "los médicos no siempre aciertan".

La escena no es heroica pero, al igual que la imagen del vómito, muestra el tuétano de la vida con el que alimentó su poesía.

Bukowski murió de leucemia el 9 de marzo de 1994, y el 26 una multitud que pasaba por Beverly Boulevard 8300 preguntaba por qué había tantas sillas en la banqueta y tanta gente en el Arundel Antiquarian Books. La duda quedó despejada pronto: la estación de radio KCRW colocó una bocina afuera del local para que la gente que no pudo entrar escuchara el recordatorio a Charles.

Si Bukowski hubiera visto esa escena, igual que Pito Pérez se habría solazado con las piernas de las devotas a su literatura, se habría tomado una copa y mofándose igual que de la metáfora, se habría presentado como lo que siempre fue: la personificación perfecta del dedo medio levantado. Y probablemente les habría dicho: salud.

O quizá sólo habría expelido otro sonoro y apestoso eructo.

(Tomado de La Jornada: http://www.jornada.unam.mx/2006/03/05/a06n1cul.php)