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Literatura en el blog

4/17/2006

Periodismo cultural

por Gabriel Zaid
Letras Libres
MARZO DE 2006

No faltaron burlas cuando el presidente Fox se detuvo al leer “Borges”, y pronunció “Borgues”. Era evidente que jamás había visto ni oído el nombre del escritor. Pero lo escandaloso no es tener esa ignorancia (que comparten millones de mexicanos), sino tenerla después de haber pasado por la educación pomposamente llamada superior.

Lo mismo hay que decir del periodismo cultural. Lo escandaloso no es que se escriban reportajes, comentarios, titulares o pies de fotos con tropezones parecidos, sino que lleguen hasta el público avalados por sus editores. O no ven la diferencia o no les importa. Así como los títulos profesionales avalan la supuesta educación de personas que ni siquiera saben que no saben (aunque ejercen y hasta dan clases), los editores avalan la incultura como si fuera cultura, y la difunden, multiplicando el daño. El daño empieza por la orientación del medio (qué cubre y qué no cubre, qué destaca, bajo qué ángulo) y continúa en el descuido de los textos, los errores, falsedades, erratas y faltas de ortografía.

Paradójicamente, la cultura, que ahora está como arrimada en la casa del periodismo, construyó la casa. La prensa nace en el mundo letrado para el mundo letrado. Es el ágora de una república de lectores, que fue creciendo a partir de la imprenta y se volvió cada vez más importante. Nació, naturalmente, elitista, porque pocos leían. Sus redactores y lectores eran gente de libros. Por lo mismo, era más literaria y reflexiva que noticiosa, de pocas páginas, baja circulación y escasos anuncios. Pasaron siglos, antes de que apareciera el gran público lector y se produjera una combinación notable: grandes escritores y críticos (como Dickens o Sainte-Beuve) publicando en los diarios y leídos como nunca. Pero el telégrafo, la fotografía, el color, la industria orientada a los mercados masivos, la publicidad, hicieron del periódico un producto como los anunciados en sus páginas. Lo cual no sólo transformó su diseño y manufactura, sino su contenido. Aparecieron el amarillismo, las fotos y los textos para el lector que tiene capacidad de compra, pero lee poco, y únicamente lo fácil y llamativo. El lector exigente se volvió prescindible.

En las reuniones amistosas, por cortesía, el nivel de la conversación desciende hasta donde sea necesario para no excluir a nadie. Una sola persona puede hacer que las demás cambien de tema o de idioma. No es fácil que suceda lo contrario. Cuando la mayoría no tiene interés más que en chismes y chistes, una persona interesada en algo más, difícilmente puede hacer que suba el nivel de la conversación, y hasta se expone a parecer pedante. Si a la cortesía se suman el mercado, los intereses de los anunciantes y la lógica financiera, el peso hacia abajo puede arrastrarlo todo. La televisión y hasta la prensa (que ahora imita a la televisión) descienden al más bajo interés del respetable público, aunque así descienda el nivel de la conversación y se degrade la vida pública.

Las ediciones de los primeros siglos de la imprenta (libros, panfletos, gacetas, almanaques literarios) se pagaban con unos cuantos miles de lectores dispuestos a comprar su ejemplar. Pero la prensa y la televisión no viven del público, que paga parte o nada del costo. Viven de la publicidad, con un problema de segmentación del mercado. El anuncio de un producto que interesa a pocos compradores ocupa el mismo espacio y paga la misma tarifa que el de un producto que interesa a muchos. Esto lleva, finalmente, a que los productos minoritarios no se anuncien en los medios masivos, y a que éstos se orienten a los temas, enfoques y tratamientos de interés para el público buscado por los anunciantes de productos masivos.

En el mejor de los casos, la cultura se incluye como redondeo del paquete de soft news, frente a las verdaderas noticias: desastres, guerra, política, deportes, crimen, economía. Se añade como una salsa un tanto exótica, porque de todo hay que tener en las grandes tiendas. Así, la cultura, que dio origen al periodismo, vuelve al periodismo por la puerta de atrás: como fuente de noticias de interés secundario, del mismo tipo que los espectáculos, bodas, viajes, salud, gastronomía. Lo cual resulta una negación de la cultura; una perspectiva que distorsiona la realidad, ignora lo esencial, prefiere las tonterías y convierte en noticia lo que poco o nada tiene que ver con la cultura, como los actos sociales que organizan los departamentos de relaciones públicas (precisamente para que los cubra la prensa), los chismes sobre las estrellas del Olimpo, las declaraciones amarillistas.

¿Qué es un acontecimiento cultural? ¿Dé qué debería informar el periodismo cultural? Lo dijo Ezra Pound: La noticia está en el poema, en lo que sucede en el poema. Poetry is news that stays news. Pero informar sobre este acontecer requiere un reportero capaz de entender lo que sucede en un poema, en un cuadro, en una sonata; de igual manera que informar sobre un acto político requiere un reportero capaz de entender el juego político: qué está pasando, que sentido tiene, a qué juegan Fulano y Mengano, por qué hacen esto y no aquello. Los mejores periódicos tienen reporteros y analistas capaces de relatar y analizar estos acontecimientos, situándolos en su contexto político, legal, histórico. Pero sus periodistas culturales no informan sobre lo que dijo el piano maravillosamente (o no): el acontecimiento central de un recital, que hay que saber escuchar, situar en su contexto, analizar. Informan sobre los calcetines del pianista.

La verdadera vida literaria sucede en los textos maravillosamente escritos. Pero dar noticia de ese acontecer requiere periodistas que lo vivan, que sepan leer y escribir en ese nivel, con esa animación. Los hubo en los orígenes del periodismo, y los sigue habiendo. Los artículos dignos de ser leídos y releídos han tenido en México una gran tradición, desde Manuel Gutiérrez Nájera y Amado Nervo hasta José de la Colina y José Emilio Pacheco, pasando por Alfonso Reyes, Octavio Paz y tantos otros que han escrito una prosa admirable en los periódicos. Pero hoy la prensa se interesa en los actos sociales o chismosos de la vida literaria, como si fueran la vida literaria.

Es perfectamente posible que un gran libro sea un bestseller, que una gran película sea taquillera, que un buen programa de televisión sea muy visto, que un semanario del nivel de The Economist o The New Yorker consigan suficientes anuncios de productos minoritarios para ser negocio. También es posible que otra lógica financiera, menos dispuesta a aceptar la degradación de la sociedad, encuentre fórmulas para que lo masivo subsidie la calidad, en vez de aplicar la guillotina, renglón por renglón, a todo lo que no es negocio. O que intervengan los subsidios del Estado, porque elevar el nivel de la conversación pública es de interés social. Pero todo esto requiere personas con visión, cultura, competencia y sentido práctico. Se diría que los graduados de una educación supuestamente superior reúnen esas cualidades. Pero las instituciones educativas son un fraude. El graduado promedio tiene el nivel del presidente Fox. El periodista cultural promedio no destaca por su cultura, aunque su especialidad sea la cultura.

Cuando se organizó un coctel en la Galería Ponce para presentar el proyecto de la revista Vuelta y buscar patrocinios, llegaron periodistas y fotógrafos; y uno de ellos, que veía atentamente los cuadros, o más bien las firmas, sin encontrar la que buscaba, preguntó por fin: ¿Cuáles son los de Octavio Paz? Claro que, en 1976, los periodistas no eran todavía graduados universitarios. Ahora lo son. Hay decenas de miles de mexicanos que han estudiado, están estudiando o enseñan comunicación. Hasta se ha pensado en exigir el título para trabajar en la prensa, excluyendo a los que practican el periodismo sin la licenciatura correspondiente. Y el avance se nota. En el centenario de Óscar Wilde, entrevistan a José Emilio Pacheco y le preguntan: ¿Qué es lo que recuerda de su trato con él? Al entrevistado le parece absurdo aclarar que están conmemorando los cien años de su muerte, y se pone a contar que, cuando se vieron en París, visitaron juntos la gran Exposición Universal, donde Wilde se interesó muchísimo por el pabellón de México. La entrevista salió tal cual. Ni el reportero ni su editor se dieron cuenta del pitorreo.

No es tan difícil encontrar lectores con buena información y buen juicio que se ríen (o se enojan) por lo que publica la prensa cultural. Aunque no se dediquen a la crítica, ni pretendan competir con quienes la hacen, tienen los pelos en la mano para señalar erratas, equivocaciones, omisiones, falsedades, incongruencias, injusticias, ridiculeces y demás gracias que pasan impunemente por las manos de los editores. Y ¿por qué pasan? Porque no leen lo que publican, sino después de que lo publican, y a veces ni después. Porque, en muchos casos, ni leyendo se dan cuenta de los goles que les meten la ignorancia, el descuido, el maquinazo, el plagio, la mala leche, los intereses creados. Y porque, muchas veces, aunque se den cuenta, no están dispuestos a dar la pelea por la cultura y el lector.

A nadie le gusta ser el malo de la película, rechazando cosas. Menos aún tomarse el trabajo de corregirlas, que toma mucho tiempo y puede terminar en que el autor se ofenda, en vez de agradecerlo. Ya no se diga exponerse a los peligros de la grilla. Y, cuando no se va a dar la pelea, ¿qué caso tiene leer exigentemente lo que se pretende publicar? Lo importante no es defender al lector de la errata, el gazapo, la ignorancia, la vacuidad, el abuso, sino cuidar el control político y diplomático de tan difícil situación. Todos quieren publicar, nadie leer, menos aún cuidar el interés del lector. Lo pragmático no es poner el ojo en la calidad de los textos, sino el oído en los nombres que suenan, el olfato en los temas malolientes, de interés chismoso.

Hace ochenta años, Harold Ross inventó The New Yorker y un concepto de periodismo que llamó “literature of fact”, frente a la ficción y la poesía. Lo literario no se limita a los géneros consabidos. Puede darse en cualquier texto maravillosamente escrito y bien fundamentado, sobre lo que sea. Esto exige trabajo y valor civil frente a los infinitos textos que se reciben. Requiere no limitarse pasivamente a lo que llega, sino tomar la iniciativa: buscar a los que tienen algo importante que decir, pensar en el lector, en los temas y el nivel que debería tomar la conversación. Requiere no publicar reportajes ni comentarios que no hayan sido leídos críticamente por dos o tres editores. Incluye hablar con el autor, que así vive la experiencia (y se pone a la altura) de la interlocución con lectores inteligentes y conocedores, como los hay entre el público. No se limita a la corrección de erratas, de estilo, de razonamiento: lleva a tener un departamento de “fact checking”. ¿Es verdad que esta frase está en Shakespeare, que Adís Abeba es la capital de Etiopía, que Rembrandt murió en 1699, que Sofía Gubaidulina vive en Alemania? Además, Ross personalmente escribía una lista de observaciones sobre cada artículo (query sheet), donde cuestionaba la exactitud, claridad, lógica, gramática, elegancia o simple necesidad de una frase o adjetivo.

Hace medio siglo, cuando no había computadoras, ni correo electrónico, un eminente autor extranjero podía recibir observaciones semejantes de sus traductores y editores en el Fondo de Cultura Económica, para mejorar el libro publicado en México. Lo cual requiere conocimientos, valor civil, mucho trabajo y, sobre todo, una actitud opuesta al “Ahí se va”. Actitud justificada, no por lo que ganaban (ni la décima parte de lo que pagaba The New Yorker), sino por su amor al oficio, respeto a los lectores exigentes y respeto a sí mismos.

Desgraciadamente, multiplicar el gasto en educación superior multiplicó el “Ahí se va”. La manga ancha en la educación superior y el mundo editorial dañó a millones de personas que ni siquiera están conscientes de su ignorancia, porque los dejaron pasar de noche hasta graduarse, ejercer, dar clases y publicar. La ignorancia que sube hasta la presidencia no es una novedad en México. La novedad es la ignorancia, la indiferencia, la irresponsabilidad, de los que avalan el trabajo mal hecho y lo dejan pasar tranquilamente.

Nunca es tarde para volver a respetar a los lectores y subir el nivel de la vida pública, por el simple recurso a la buena información, el buen juicio y el buen gusto. Habría que empezar por lo mínimo: un departamento de verificación de afirmaciones, para no publicar tantas cosas infundadas, vacuas o francamente cómicas. Parece insignificante, pero es algo cargado de significación. El mensaje implícito daría un giro de 180 grados: no publicamos basura.

Los grandes editores son lectores exigentes que respetan al lector como a sí mismos. ~

3/30/2006

Descanse en paz El Grafógrafo

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El grafógrafo

por Salvador Elizondo

Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo.

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Murió Salvador Elizondo, uno de los paradigmas de nuestra cultura

Por PABLO ESPINOSA,
ARTURO GARCIA,
ERICKA MONTAÑO
Y ANGEL VARGAS

Tomado de La Jornada

La noche del miércoles 29 de marzo el maestro Salvador Elizondo, uno de los autores fundamentales de la cultura mexicana, ''pasó dulcemente del sueño a la muerte, a los 73 años y como él quería: sin sufrimiento y rodeado de su familia, en su cama", narró a La Jornada su esposa, la fotógrafa Paulina Lavista.

El autor de una de las obras clásicas del siglo XX, Farabeuf, libró una batalla ejemplar contra el cáncer. Hace pocos meses dio a conocer la redición de esa obra en ocasión del 40 aniversario de su publicación y otorgó su última entrevista a La Jornada para sellar tal ocasión.

Ayer, cuenta Paulina Lavista, ''el desenlace ocurrió rápidamente. En su habitación, rodeado de sus hijas (su hijo Pablo vuela en avión para despedirlo), tranquilo, tuvo una agonía de sólo unas cinco horas y su tránsito del sueño a la muerte fue tranquilo, en reposo".

El maestro Elizondo, añade su esposa, ''deja una obra considerable. Una de sus últimas alegrías consistió en que llevamos él y yo la semana pasada su última obra al Fondo de Cultura Económica (FCE), a la que alcanzó a poner el título: Pasado anterior, y reúne más de 300 artículos que publicó en el viejo unomásuno, que es el antecedente de La Jornada".

Ese libro será publicado en breve. Mientras tanto, los restos mortales de su autor estarán a partir de las 11 horas en la funeraria Gayosso de Félix Cuevas.

Salvador Elizondo recibe hoy un homenaje de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes, de 14 a 16 horas; luego será incinerado.

De las artes plásticas a las letras

La muerte no era un tema que preocupara a Elizondo, según manifestó en la entrevista concedida a este diario. Dijo que la conoció cuando fue sometido a una operación quirúrgica hace cerca de tres años:

''La muerte es nada. ¡Nada! Creo que si hay infierno y cielo, será muy divertido. Las 10 horas que estuve con anestesia, son las mejores que he pasado en mi vida, sumido en la nada: ni más grande ni más chico, ni más bueno ni más malo, ni más corto ni más largo. Todo da igual."

Salvador Elizondo Alcalde -dice su ficha correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua, de la cual era miembro de número- nació en la ciudad de México en 1932.

Hizo sus estudios de primaria en los colegios Alemán y México, de secundaria en una escuela particular en Estados Unidos y de preparatoria en la Universidad de Ottawa.

Posteriormente efectuó cursos para el diploma en Inglaterra, Francia e Italia. Solamente obtuvo el de Cambridge, años más tarde. Como nunca pudo revalidar sus estudios hechos en el extranjero tuvo que asistir a la universidad a título de alumno irregular.

Asimismo, cursó la carrera de artes plásticas ante de decidirse definitivamente por las letras, área en la cual también ejerció la docencia. Entre otros centros, en el seminario de Poesía Angloamericana Comparada en la Dirección de Estudios Superiores de la Universidad Nacional Autónoma de México y desde 1968 fue asesor literario del Centro Mexicano de Escritores.

Para el también poeta, ensayista, dramaturgo y crítico, resultaba curioso e inclusive divertido que se le encasillara como escritor maldito, de acuerdo con lo dicho en una entrevista con este diario en 2005:

''Eso de escritor maldito viene por un libro que escribió Verlaine sobre algunos de sus contemporáneos. A mí me parecería fantástico ser un escritor maldito como los que Verlaine pone en su libro. Maldito, ¿en qué sentido?, les diría yo, si he sido feliz toda la vida y no siento que recaiga, hasta ahorita, ninguna maldición sobre mi vida, más que esta operación que me hicieron hace casi dos años, que era una cosa necesaria.''

Además de Farabeuf o la crónica de un instante, la amplia bibliografía de Elizondo comprende títulos como Poemas (1960), Luchino Visconti (1963), Narda o el verano (1966, cuentos), Autobiografía (1966), El Hipogeo secreto (1968) y Cuaderno de escritura (1969).

También El retrato de Zoe (1969), El grafógrafo (1972), Contextos (1973) Museo Poético (1974), Antología personal (1974), Miscast (1981), Camera Lucida (1983), La luz que regresa (1984) y Elsinore (1988).

Predilección por El grafógrafo

En los albores de 2000, Elizondo habló también con La Jornada en torno de su quehacer literario. Dijo entonces: ''(...) Creo que los temas que se abordan en mi literatura y la manera de hacerlo corresponden a una cierta determinación del lector que no comprende o no abarca al público general, sino a un público que más o menos esté interiorizado en las formas de la literatura que yo utilizo.

''No podría de ninguna manera pensar que mis libros están destinados a todos, desgraciadamente. Pero así es la vida, no puedo cambiar mi personalidad. Por otra parte, creo que esto de los libros especializados no es un problema estrictamente mío. Creo que todos los libros tienen un público particular que es quien los aprecia."

Salvador Elizondo consideraba a El grafógrafo como su ''obra con mayúsculas, sin olvidar desde luego el resto de mis trabajos. Pero yo al menos, muy modestamente, me quedaría con ese solo trabajo".

3/23/2006

El Poeta

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Jaime Sabines nació el 25 de marzo de 1926 y murió el 19 de marzo de 1999. Es decir, en estos días, al mismo tiempo que celebramos su nacimiento, rememoramos su deceso.

Esta crónica entrevista la publiqué en la revista Voces de Teléfonos de México, exactamente un año antes de la muerte del poeta. Una versión reducida apareció en el entonces semanario etcétera, en un número especial dedicado a Sabines un mes antes de su muerte.

Jaime Sabines: “Con la poesía, el hombre crece, se limpia, se hace mejor”

Por Guillermo Vega Zaragoza


La poesía llegó a tiempo a la cita con los telefonistas, que el 21 de marzo colmaron el Teatro Ferrocarrilero para acudir al recital de uno de los más grandes poetas vivos de México y, sin duda alguna, el más popular. ¿Quién que no se ha sentido tocado por la poesía de Jaime Sabines? Desde una hora antes empezaron a llegar los asistentes a las afueras del teatro para asegurar su lugar en lo que, ya desde entonces lo sabían, sería una velada inolvidable.

Un poco después, en silla de ruedas, llegó el maestro Sabines, acompañado por su fiel asistente Benito, quien lo ayudó a subir por las empinadas escaleras de la parte trasera del teatro. Como ya se sabe, Sabines se tiene que valer del bastón como resultado de las innumerables operaciones a que se ha visto sometido como consecuencia de una caída hace ya casi nueve años.

Y ahí estaba el poeta, saludando a los tramoyistas del teatro, quienes veían un partido de futbol por televisión. Sabines le comenta a Benito: “Mira, es el que estabas viendo”. Entonces le pedimos la entrevista. Nos observa con la mirada que le valió ser conocido como “El Zarco Sabines”. “Pero van a ser nada más dos o tres preguntas, ¿no?” Para aislarnos del bullicio futbolero y de los preparativos del recital, nos dirigimos al escenario. El telón todavía estaba abajo. Apenas una mesa, flanqueada por dos discretos floreros. Un vaso, una botella de agua y un micrófono. “¿No está conectado todavía, verdad?”, dice el poeta mientras lo confirma con unos golpecitos al micrófono.

La obra del autor de “Los amorosos”, “La luna”, “Tía Chofi” y cientos de poemas más, se ha recopilado en su libro Recuento de poemas 1950-1993, con base en el cual se ha realizado la selección Recogiendo poemas, con prólogo de Carlos Monsiváis, publicado por Teléfonos de México y Ediciones Zarebska, con un tiraje de 500 mil ejemplares (quizá el mayor tiraje que de libro de poemas alguno se haya realizado en México). Esta obra incluye un nuevo poema titulado “¿Qué busco?”, escrito especialmente por Sabines para la edición. Esta colección exclusiva para TELMEX es un regalo para los Clientes de la Empresa y para los telefonistas que se han destacado por sus años de servicio.

Con la advertencia de que deben ser pocas preguntas, mientras se comienza a escuchar el murmullo del público que entra a la sala, vamos directo al grano:

- En este momento, haciendo un balance entre lo malo y lo bueno que le ha pasado últimamente, ¿le sigue gustando Dios? (Tal parece que el poeta no esperaba una pregunta de este tipo para iniciar la entrevista. Sonríe, carraspea un poco, como para dar tiempo a encontrar la respuesta adecuada)

Esa es una pregunta bastante difícil, porque Dios nunca me ha gustado ni me ha disgustado. En realidad creo que la pregunta debería ser si sigo creyendo o no en Dios. Yo no tengo un Dios antropomórfico. Yo escribí un poema sobre Dios hace dos o tres años, como para decirle a la gente: “Miren, este es mi Dios actual”. Es un Dios barato, que se concibe, que quiero hacerle entender a la gente cómo es ese Dios. Entonces necesito hacer un Dios de la forma del hombre, con los problemas y los percances que le pasan al hombre. Obviamente no es ése mi concepto verdadero de Dios. Mi concepto verdadero de Dios es mucho más profundo. Dios no es antropomórfico, no es ni siquiera un hombre, no tiene una imagen, no tiene una semejanza, es un absoluto total en el que uno se pierde definitivamente. Entonces para hablar de Dios hemos hecho esa imagen del Dios un poco torero, un poco elegante.

¿Entonces el Diablo y usted se siguen entendiendo o no?

(Vuelve a reír) Desde luego. El Diablo es un gran amigo nuestro, con el que nos entendemos todos los días, pero tampoco es esa esencia del Diablo como si fuera una cosa atroz o abominable. El Diablo es una bella persona con la que uno puede platicar cotidianamente.

¿Hay alguna relación entre ser buen poeta y ser buena persona? ¿La poesía nos hace mejores? ¿La poesía es capaz de mejorar a las personas?

Yo creo que sí. Fundamentalmente si uno toma en serio la poesía, debe de ser un momento en que el hombre se supera a sí mismo. El momento poético es un momento de lucidez tremenda, en que el hombre crece, se entrega a los demás de un manera total y uniforme. Yo sí creo que el momento poético es un momento de servicio para el hombre, para los demás, desde luego, por lo que uno escribe, pero fundamentalmente el hombre crece, se limpia, se hace mejor.

Si tuviera que describir el material con el que hace su poesía ¿cuál sería?

Acero, pan, la harina, el lodo, la rosa, la madera (El poeta toca con la mano la mesa, señala el florero, juguetea con la pluma). Todos son materiales con los que uno hace la poesía. Todos son materiales con los que se siente uno mejor y que se prestan para que uno acuda a la gente.

¿Considera que la poesía es un oficio, un don o algo que se tiene que cargar como una maldición?

Podría ser todo eso, pero la poesía es fundamentalmente un ejercicio de la inteligencia y de la sensibilidad humana. Un ejercicio cotidiano, hasta el grado que lo llevamos todos los días, está con nosotros y la poesía es la que trata de arreglar, de aplicarse, de hacer las cosas cotidianamente. La poesía es un beneficio diurno y nocturno del hombre.

¿Qué le parece que su poesía inspire otro tipo de obras artísticas como el disco de Hebe Rossell sobre Tarumba, obras de teatro como la de Gilberto Guerrero, “Desdén: el último danzón”?

A mí me parece bien. No tengo ningún obstáculo en negar la posibilidad de que se acerquen a mi poesía y la utilicen para hacer un canto religioso o una obra de teatro. Se han dado casos que usan la poesía para esas cosas. Creo que es legítimo cuando me piden permiso, bueno, aunque relativamente, porque muchas veces no me dicen nada pero de todos modos lo hacen. Lo importante es que lo hagan bien, en el sentido de que lo quieran hacer. Eso es todo. Ni me opongo ni busco a propósito esas cosas.

Tengo una lista de poetas mexicanos que quisiera que en cuanto escuche el nombre de cada uno me dijera lo primero que le venga a la cabeza. Empecemos con Ramón López Velarde.

Es uno de los grandes poetas de México que se ha perdido un poco en sus propios problemas, pero ahí está presente.

Elías Nandino.

Un viejito muy agradable, muy simpático el viejo, que en los últimos años despertó de verdad su fuerza poética, que no tenía en un principio, en que hacía cosas aisladamente, pero en los últimos diez o doce años de su propia vida le entró a la poesía con todas las ganas del mundo y logró cosas valiosas.

Efraín Huerta.

Yo lo quise mucho. Fuimos grandes amigos y considero que es uno de los poetas importantes, de los grandes poetas de México.

Rubén Bonifaz Nuño.

Aunque está casi ciego actualmente, está haciendo cosas extraordinarias. Antier leí en la prensa que iba a leer una obra sobre Hesíodo que él había traducido durante dos años. Es un muchacho muy estudioso, muy aplicado, y que como poeta tiene una gran popularidad.

Efraín Bartolomé.

Está empezando pero con muy buenos pasos. Es paisano mío, chiapaneco también, y fui yo tal vez el de los que lo iniciaron hace 20 ó 22 años para que escribiera verdadera poesía, al grado que hice que se quitara un pedazo del nombre y se quedó Efraín Bartolomé nada más. Maravilloso prospecto para la poesía en México.

Jaime Sabines.

(Ríe y entorna los ojos, carraspea) Es otro que medio conozco y que está haciendo el esfuerzo por colocarse bien en la poesía mexicana.

¿Todavía sigue escribiendo en libretas de contabilidad?

Sí, absolutamente. Nada más que ya casi no escribo. Con esto de las enfermedades, de las operaciones y todo, me he pasado casi ocho o nueve años, casi sin escribir. Dos o tres poemas importantes y lo demás, pues, puros arreglitos medio musicales nada más, pero casi no tienen ninguna importancia.

¿Cómo le gustaría ser recordado?

Yo no sé. Ser recordado depende toda la gente que me recuerde, cada una de las gentes, me van a recordar de un modo distinto. Los que me conocieron me van a recordar con todos mis defectos, mis errores humanos y todo. Los que no me conocieron y solamente amaron al poeta, ésos me van a deificar. Pero en el otro lado, en el camino del olvido, para mí me es totalmente indiferente. No pretendo nada. Sé que la poesía puede durar 50, 60 ó 100 años, un poco más tal vez, pero en el fondo no tiene nada que ver con la persona de uno. La poesía se va a deshacer, uno se va deshacer, tal vez uno se deshaga más pronto que la poesía, pero la poesía se va ir deshaciendo en la boca de los demás y llegará un momento en que ya nadie sepa de uno nada. Eso es lo normal, además. Enteramente normal.

Conforme avanza esta última respuesta el poeta se va sumergiendo en sus propios pensamientos. Sus palabras finales son apenas un murmullo que se pierde en el bullicio de un auditorio rebosante ya con cerca de 2,000 personas. Los organizadores anuncian el inicio del recital. El lugar se oscurece totalmente. Se levanta el telón y aparece, apenas iluminada, la figura frágil de Jaime Sabines en su silla de ruedas. El aplauso es atronador. El sillerío permanece en penumbras. Entonces Sabines suplica: “Le pido a los señores de la luz que iluminen la sala porque quiero ver la cara de ustedes”. Y, emulando al Creador, se hace la luz. Caray, piensa uno, hasta cuando pide algo tan simple parece que está diciendo un poema.

Sin más, inicia la lectura de “Yo no lo sé de cierto”, de su primer libro Horal, de 1950. Y a lo largo de 33 poemas (cifra por demás significativa, como la edad que tenía Cristo al ser crucificado) y poco más de una hora de lectura, Sabines nos sumerge en el poder balsámico de la palabra poética. El público aplaude cada poema, con distinta intensidad, celebran sobre todo los “caballitos de batalla”, los clásicos poemas sabinesianos (“Los amorosos”, “La cojita está embarazada”, “Te quiero a las diez de la mañana”, “No es que muera de amor”, “El peatón”, “La luna”), aunque, contrariamente a otras ocasiones, Sabines lee fragmentos de Tarumba, su legendario y largo poema de 1956.

A la mitad del recital, el poeta pregunta a quienes forman el público si ya se cansaron. Un rotundo no. Aprovechando la oportunidad alguien grita desde el anonimato: “¡Algo sobre la muerte del mayor Sabines!” El poeta se disculpa: “Ese hay que leerlo completo y no tenemos tiempo. Si leo sólo fragmentos le hace daño al poema”. La voz de Sabines, aunque única y poderosa, ya se oye cansada, carraspea, toma agua, un par de ocasiones pierde el hilo de la lectura, pero la poesía sigue ahí. Anuncia que sólo leerá tres poemas más. Otro multitudinario no. “¿Cómo de que no?”, bromea. “Nada más tres y ya”. Termina con “La luna” y el aplauso de pie, largo, emocionado, como siempre. El poeta se levanta de su silla. Agradece y cruza los brazos.

Entonces los organizadores anuncian que el maestro aceptará firmar libros, nada más que con orden para evitar aglomeraciones. Se forma una instantánea y largísima fila. Muchas mujeres, de todas las edades, una niñita de lentes con una ajada edición de Recuento de poemas (seguramente de su papá), parejas de novios, estudiantes con sus morrales, hombres maduros, todos quieren estar cerca del poeta, quien apenas tiene tiempo de escuchar el nombre y plasmar la dedicatoria y la rúbrica. Así, casi una hora después, salimos a la segunda noche primaveral, fresca y silenciosa, donde segirán retumbando 50, 60 ó 100 años más, quién sabe, las palabras de Jaime Sabines.


La semana de su muerte Raúl Trejo publicó este texto en su columna del periódico La Crónica de Hoy:

SOCIEDAD Y PODER DOMINICAL

El Poeta

RAUL TREJO DELARBRE


Jaime Sabines es un hecho social. Más allá de la subjetividad de cada quien, pero también gracias a ella, el poeta moviliza voluntades, trasciende generaciones, convoca multitudes como ningún otro escritor contemporáneo. Es, de esa manera, un acontecimiento político. Su muerte ha reunido a ciudadanos y a poderosos. Se le ha llorado con sinceridad. Se le ha querido utilizar con impúdica desfachatez. El lo supo con tanta perspicacia que se anticipó a los excesos con motivo de su muerte.

Poeta de la muerte, Sabines lo fue del amor, del asombro, de la vida. Su pasión por (y en) el desgarramiento fue vehículo, nunca estorbo para encontrar la trascendencia, sin afectaciones, de los hallazgos que regala la vida diaria. Murió después de estar mirando la bugambilia compañera de sus últimos días. Vivió regalando la mirada ora alegre y jovial, también taciturna y acerada, de sus más conocidos poemas.

Procesión en tarde encapotada

Cada quien tiene a su Sabines personal. Pero son legiones quienes habiéndose asomado a ella, se han quedado para siempre con girones memorables de la escritura del poeta chiapaneco.

[Las muchachas que devanan sueños en el presagio de aquel silencio fino, tembloroso, insoportable que les avisó Sabines. Las mujeres y los hombres que se han ido quedando solos poco a poco. Aquellos que en noche de farra y sexo pudieron cortar con relámpagos de alcohol la obscuridad de las pupilas. Los que, cuando la ausencia de sus muertos, encontraron compañía en los sonetos inclementes que le escribió a su padre. Todos somos deudos de Sabines y experimentamos hoy aquel sacudimiento de las ramas que él sintió cimbrarse ante el hachazo al tronco perdurable. Conozco una mujer que alguna vez se derritió en suspiros cuando encontró en un verso de Sabines la descripción exacta de sus sueños marítimos. Tengo un amigo que en innumerables ocasiones y con increíble éxito ante las mujeres, en bares y fiestas dijo ser Sabines y en más de un sentido seguramente lo era. Hay tantos y tantos beneficiarios del poeta que ayer por la tarde, estoy seguro, brindamos o lloramos o ambas cosas cuando sabíamos que su cortejo fúnebre recorría las calles de una ciudad nublada (la procesión del entierro en las calles de la ciudad es ominosamente patética... la carroza avanza, se detiene, acelera de nuevo, y uno piensa que hasta los muertos tienen que respetar las leyes de tránsito, escribió en su Diario semanario)].

Movilizador de multitudes

Desde el viernes se han repetido, jamás hasta el cansancio, algunos de sus versos más famosos. Son poemas que han sido recitados, y utilizados, por varias generaciones que, gracias a Sabines, rompen el mito de que los mexicanos no son lectores. El año pasado una selección de esos poemas, patrocinada por Telmex, tuvo un tiraje de 500 mil ejemplares.

Los recitales de Sabines en Bellas Artes, en Ciudad Universitaria o en escenarios de provincia, fueron desusados por las multitudes que allí se congregaron. Miles y miles, fundamentalmente jóvenes, acudieron en esas ocasiones no para escuchar algo nuevo, sino para reconocerse en aquel hombre que, en muletas o silla de ruedas después del accidente que lo marcaría para siempre, les leía versos ya de todos conocidos.

Esa propagación masiva hace peculiar a la poesía de Sabines. Quizá sus poemas más populares no son los de más afinada calidad literaria, pero eso para sus lectores ha sido lo de menos. Sabines demostró que las cosas fundamentales pueden ser nombradas de manera muy directa. Ese, el gran mérito para el alcance social de su poesía, ahora también es reconocido como reivindicable rasgo literario.

No siempre fue así. Sabines, hombre de afectos y fidelidades, no se allanó, sin embargo, a ninguna corriente cultural. Sus poemas llegaron a ser duramente cuestionados antes de que él tuviera la presencia pública que, hoy, hace de su muerte un acontecimiento nacional. Así es como llegó a escribir, acerca de los siempre resbaladizos criterios para apreciar a la poesía.

Hay dos clases de poetas modernos: aquellos, sutiles y profundos, que adivinan la esencia de las cosas y escriben:

“Lucero, luz cero, luz Eros, la garganta de la luz pare colores coleros”, etcétera, y aquellos que se tropiezan con una piedra y dicen “pinche piedra”.

Los primeros son los más afortunados. Siempre encuentran un crítico inteligente que escribe un tratado “Sobre las relaciones ocultas entre el objeto y la palabra y las posibilidades existenciales de la metáfora no formulada”. —De ellos es el Olimpo, que en estos días se llama simplemente el Club de la Fama”.

Congruencia personal y pública

Su experiencia poética, Sabines la cultivó en la vida ordinaria, fuera de los cenáculos intelectuales. Eso no fue necesariamente un mérito, simplemente se trata de un dato fundamental en su biografía. A diferencia de otros escritores, Sabines tuvo ocupaciones distintas de las literarias. Como estudiante de medicina, conoció las pobrezas del cuerpo humano. Vendedor de telas, barrendero frente a su establecimiento, supo de las penurias de quienes se ganan el sustento en oficios inevitablemente prosaicos (Quise hacer dinero/vivir sin trabajar/disfrutar de las cosas del mundo./Pero ya estaba escrito/que he de comer mi piedra/con el sudor de mi corazón, escribió hace más de 30 años.)

Sabines no hizo populismo con ese origen, ni pretendió ser poeta del pueblo. Pero esa contundente sencillez de su poesía le permitía explicar, como le dijo a Guillermo Vega Zaragoza en una entrevista en 1998: “Acero, pan, harina, lodo, la rosa, la madera. Todos son materiales con los que uno hace poesía. Todos son materiales con los que se siente uno mejor y se prestan para que uno acuda a la gente”.

La gente era la que iba a él. En tropel, cada vez que se podía. Pero Sabines fue a la gente, a su vez, por medio de la política. No fue la etapa más brillante de su biografía porque no era lo suyo, pero su militancia partidaria y su presencia en la Cámara de Diputados, fueron parte de la congruencia personal y pública de Jaime Sabines.

Ahora hay quienes, en un acto de enajenación, pretenden que se trataba de dos personas: uno, el poeta, beneficiario de la aclamación y el afecto; el otro, el político, cuestionado no tanto por su membresía en el PRI sino porque cometió el desacato de cuestionar al neozapatismo.

Política, desencanto y amargura

Sabines no calló sus ideas políticas. A veces se olvida que, hace tres décadas, la suya fue de las pocas voces que se levantaron, no sin riesgos por cierto, para dolerse de la matanza del 2 de octubre.

Tlatelolco será mencionado en los años que vienen
como hoy hablamos de Río Blanco y Cananea,
pero esto fue peor,
aquí han matado al pueblo:
no eran obreros parapetados en la huelga,
eran mujeres y niños, estudiantes,
jovencitos de quince años,
una muchacha que iba al cine,
una criatura en el vientre de su madre,
todos barridos, certeramente acribillados,
por la metralla del Orden y la Justicia Social

En aquel largo poema, profuso en desencanto y amargura, Sabines repetía la vergüenza que experimentaba ante ese crimen e ironizaba ante la forzosa unidad nacional pretendida por el gobierno. Un sexenio más tarde, aceptó ser diputado federal por Chiapas, experiencia que repitió en 1998 como diputado por el DF. No puede decirse que Sabines engañase a sus convicciones en esa posición pública. Su hermano Juan había sido senador y sería gobernador de su estado en 1979. El lo llevó a la política activa, según explicó el poeta en numerosas ocasiones.

Ahora que Sabines ha muerto se erigen inopinados beneficiarios suyos. Antier, a la capilla fúnebre, acudió Porfirio Muñoz Ledo, quien ni siquiera allí dejó de hablar de su tema favorito, que es él mismo. Muñoz Ledo aseguró que fue él, siendo presidente nacional del PRI, quien convenció a Sabines de aceptar la candidatura a diputado y una y otra vez se refirió al poeta como “Juan”. Cuando un reportero le hizo notar la equivocación, el legislador perredista corrigió sin inmutarse y siguió hablando, de él y Sabines —en ese orden.

“Quiero mostrar, no demostrar”.

Lejos de la prosopopeya y la jactancia de algunos de sus apologistas de ocasión, Sabines era profundamente modesto acerca de los asuntos públicos. Tanto que, quizá en la exageración, escribió en 1961:

“No quiero convencer a nadie de nada. Tratar de convencer a otra persona es indecoroso, es atentar contra su libertad de pensar o de creer o de hacer lo que le dé la gana. Yo quiero sólo enseñar, dar a conocer, mostrar, no demostrar. Que cada uno llegue a la verdad por sus propios pasos, y que nadie le llame equivocado o limitado. (¿Quién es quién para decir ‘esto es así’, si la historia de la humanidad no es más que una historia de contradicciones y de tanteos y de búsquedas?)

“Si a alguien he de convencer algún día, ese alguien ha de ser yo mismo. Convencerme de que no vale la pena llorar, ni afligirse, ni pensar en la muerte. ‘La vejez, la enfermedad y la muerte’, de Buda, no son más que la muerte y la muerte es inevitable. Tan inevitable como el nacimiento”.

Aprendizaje, paciencia... e injurias

No trataba de convencer, pero el poeta tenía certezas y, como pocos, puso en papel y tinta las certidumbres de otros. No sabemos si se convenció de aquella verdad cardinal sobre la muerte y la aflicción que tanto le inquietaba, pero acaso no era humildad sino aprensión la que expresaba de la siguiente manera:

“Nadie puede vivir de cara a la verdad
sin caer enfermo o dolerse hasta los huesos.
Porque la verdad es que somos débiles y miserables
y necesitamos amar, ampararnos, esperar, creer y
afirmar.
No podemos vivir a la intemperie
en el sólo minuto que nos es dado.

Sabines tenía sus verdades —y las decía. Se guareció de la intemperie pero, sobre todo, se acercó a los asuntos públicos a través de una participación política que desempeñó con el mismo realismo con que vendía telas en Tuxtla Gutiérrez. Más que lo que pudo haber dicho en la Cámara, se recuerda su presencia emblemática: el poeta en medio del alboroto de los políticos; él, señor de las palabras, abrumado de palabrería. Tanto se aburría o trataba de encontrar, irónico, tan heterodoxo sentido a aquella tormenta de dichos, que alguna vez inventarió las imprecaciones que los diputados de la oposición les dirigían a los priistas.

En octubre de 1994, Sabines le platicó a Susana Rosas, de etcétera: “Era mi deber asistir a las reuniones de la Cámara, ahí vas aprendiendo. En primer lugar tienes que aprender a tener paciencia para soportar 14 horas de discursos y controlarte a ti mismo, tus impulsos. Eso lo aprendí en el 88 durante el Colegio Electoral. A los del PRI nos mentaban la madre hasta que terminaba la sesión y todos teníamos la consigna de no responder, había que morderse la lengua para no protestar. ‘Uleros, uleros’, gritaban de las galerías, también los de la oposición nos decían majadería y media. Un día me puse a apuntar todos los insultos que nos decían, se me asomó Martha Anaya, de Excélsior, y me preguntó qué era aquello. ‘Son los insultos que nos dicen’. ‘Dame esa lista, por favor’, la publicó y eso bajó la tensión entre los diputados del PRI. Eran 84 insultos. Del zoológico fueron como 12, bueyes, corderos, borregos, arrieros, hasta extraterrestres nos dijeron”.

Un poeta políticamente incorrecto

Peores cosas, sobre todo con más alevosía, le dijeron a Sabines hace algo más de un año, a comienzos de marzo de 1998, cuando se atrevió a criticar al obispo Samuel Ruiz y a la manipulación de los indios de Chiapas a cargo del Ejército Zapatista. Entonces le llovieron detractores ofendidos no porque esas críticas se dijeran en público, sino porque era Sabines quien las pronunciaba.

Aquella actitud fue de una significativa intolerancia por parte de un segmento del “chapatismo chic” como ha sido denominado. Esos defensores del subcomandante, hasta entonces le habían dispensado a Sabines su membresía priista, a la que consideraban incómoda pero nada más extravagante. Sin embargo nunca le perdonaron que discrepara con la guerrilla neozapatista, es decir, que fuera políticamente incorrecto según los códigos de ese segmento.

Aquella fue prácticamente una crucifixión del poeta, con una furia exacerbada no sólo ante la enorme autoridad moral de Sabines sino porque él sí conocía de los asuntos de Chiapas. A Sabines le dolían profundamente la miseria pero, también, el revoltijo político en su estado.

“... esa cosa de los Hombres ilustres”.

Ahora que ha muerto, incluso algunos de quienes hace un año lo denostaban se lucirán elogiando a Sabines.

El poeta y, sobre todo, sus poemas, son de todos. Cada quien tendrá al Sabines que prefiera, o que pueda, aunque algunos deban hacer una incómoda y traicionera separación entre el hombre y su obra. En todo caso, será preciso recordar que Sabines prevenía sobre la condición egoísta del homenaje póstumo:

No hay poesía en la muerte.
En la muerte no hay nada.

Cuando escribió sobre el deceso de su amiga Rosario Castellanos, en un poema lleno de furia y tristeza, Jaime Sabines se anticipaba respecto de su propia muerte:

Cómo duele, te digo que te traigan,
te pongan, te coloquen, te manejen,
te lleven de honra en honra funeraria!
(No me vayan a hacer a mí esa cosa
de los Hombres Ilustres, con una chingada)

“La poesía, en boca de los demás”

Aunque le pesara, Sabines es un hombre ilustre. Es parte de los sentimientos de millones de compatriotas suyos. Cada quien con su Sabines, habrá de recordarlo según el amor que haya interiorizado, o de acuerdo con las muertes que haya sobrellevado gracias a la poesía de ese chiapaneco querido —y hoy llorado ¿Cómo le gustaría ser recordado?, le preguntó el año pasado Guillermo Vega Zaragoza. El poeta dijo, entonces:

“Yo no sé. Ser recordado depende de la gente que me recuerde, cada una de las gentes me va a recordar de un modo distinto. Los que me conocieron me van a recordar con todos mis defectos, mis errores humanos y todo. Los que no me conocieron y solamente amaron al poeta, ésos me van a deificar. Pero en el otro lado, en el camino del olvido, a mí me es totalmente indiferente. No pretendo nada. Sé que la poesía puede durar 50, 60 o 100 años, un poco más tal vez, pero en el fondo no tiene nada que ver con la persona de uno. La poesía se va a deshacer, uno se va a deshacer, tal vez uno se deshaga más pronto que la poesía, pero la poesía se va ir deshaciendo en la boca de los demás y llegará un momento en que ya nadie sepa de uno nada. Eso es lo normal, además. Enteramente normal”.

***

Digamos, entonces, con Sabines y gracias a él, en serio:

“Te digo en serio que la muerte no existe. De pronto lo descubres. Cuando el pedazo de carbón ya no es más madera quemada sino carbón a solas, lleno de sí mismo, con su propia vida; cuando la corteza del árbol o la hoja desprendida flota sobre el arroyo, y la piedra en el fondo junto a los caracoles crece mansamente; el agua llena de tantas cosas minúsculas, llena de luz, de música, de insectos destruidos, de zancudos cristianos caminando sobre su superficie; el agua que se bebe la sombra de los árboles; el ganado a su orilla, las quietas vacas en el viento, el viento quieto como una transparencia; toda la tarde, todo el concierto, la armonía, el deslumbrante misterio que estaba allí a tu alcance, tan sencillo y tan simple. Y tú dentro de todo, con todo en ti mismo —Te digo que sólo la vida existe.

(Tomado de http://www.cronica.com.mx/1999/mar/21/art01.html)

3/21/2006

Para difundirlo y aplicarlo

Cómo contagiar el placer de leer

por Luis Olivera


1. Lean libros con frecuencia delante de sus hijos y que se note que los aprecian. Los egipcios decían: “Ama los libros como amas a tu madre”. Y, vayan haciendo una biblioteca familiar, en un sitio accesible de la casa. Pérez-Reverte, hablando de sus primeras lecturas, decía: “Tuve la suerte de crecer con libros cerca; sólo tenía que acercarme a las estanterías y cogerlos”. Que sea una biblioteca sin llaves, accesible a todos. Serán muy escasos los libros que unos padres pueden leer y sus hijos todavía no.

2.- Compren libros habitualmente, pero bien seleccionados: son el alimento de la inteligencia y, por ello, hay que garantizar que la mercancía es de excelente calidad. En el cerebro, cualquier virus se reproduce inmediatamente. Hay tanto que leer y tan poco tiempo en la vida para hacerlo, que merece la pena afinar la puntería y leer sólo lo mejor.

3.- Que siempre haya un libro para cada hijo entre los regalos de Reyes y del santo y cumpleaños. Animen a sus hijos a que tengan la ilusión de hacerse su pequeña biblioteca de libros infantiles.

4.- Léanles a sus hijos, al menos 15 minutos cada día: les aclararán dudas de palabras nuevas, expresiones hechas, refranes, dichos y, a la vez, les harán ver qué conductas están bien y cuáles van contra su dignidad de personas. Luis Vives recomendaba a uno de sus discípulos: “Procura que no pase un solo día sin leer y escribir algo”. Paco Abril se pregunta: “¿En cuántos hogares se les cuentan cuentos a los niños? En muy pocos. Los niños a los que se les leen cuentos, descubrirán que las historias que les conmueven y apasionan, están en los libros”.

5. Hagan que sus hijos lean delante de Uds.: les enseñarán a pronunciar bien las palabras, hacer las pausas debidas y leer con el ritmo correcto. Después, pregúntenles si han entendido lo que han leído, para aclarar conceptos y enriquecer su vocabulario.

6.- Dediquen algún tiempo del fin de semana a leer en familia alguna obra maestra de la literatura y a debatir después sobre lo leído.

7.- Contraten videos basados en buenas obras literarias para, después, animarles a leerlas. Sólo de las obras de Shakespeare se han filmado 336 películas.

8.- Infórmense bien de los cuentos, libros, cómics adecuados a la edad de cada uno de sus hijos, para acertar en la elección y lograr que se interesen por cultivar esta afición en el futuro.

9.- A la misma edad, la madurez de cada hijo es distinta. Un libro adecuado para uno no lo será para otro. Hay que distinguir entre niños y niñas, no por machismo, sino porque tienen sensibilidades diferentes.

10.- Moverse sobre un plano inclinado, para no llegar al empacho, sin forzarles los gustos, para evitar posibles rechazos. Las colecciones de ‘comics’ bien elegidas, pueden aficionar. Poco a poco se aumenta la dosis, hasta llegar a la universidad habiendo leído a los clásicos. Como decía un viejo profesor de literatura, “en los clásicos están todas las miserias humanas, pero bien resueltas”.

11.- Si ven algún hijo suyo adolescente con un libro poco aconsejable, no lo pueden dejar pasar por alto. Albino Luciani dice: “En los libros de hoy, cuesta trabajo encontrar gentiles doncellas, alegres y sentimentales, pero pudorosas y reservadas. (..) Tus heroínas, (Walter Scott), tienen sentimientos delicados y se sonrojan con facilidad; las protagonistas de hoy no se sonrojan jamás: fuman, beben, ríen a carcajadas y no son más que un fenómeno biológico o una diversión. El matrimonio no es nunca el desenlace normal de una novela. Con frecuencia (las jóvenes), además de corrompidas, son cínicas y sanguinarias”.

Tomado de http://labatichica.blogspot.com/2006/01/cmo-contagiar-el-placer-de-leer-11.html

3/16/2006

Narrar, oír

Por Heriberto Yépez

A. Para narrar hay que ser como los viejos. Contar la misma historia una y otra vez. Como si fuera nuestra. Como si fuera eterna. Como si siguiera ocurriendo. Como si nunca terminarámos de creerla.

B. Para oír hay que ser como los niños. Oír la misma historia una y otra vez. Como s fuera nuestra. Como si fuera eterna. Como si siguiera ocurriendo. Como si nunca termináramos de creerla.

(A veces el Yepeto anda inspirado)

Fundamentalismo cultural o por qué el Quijote es una bazofia y un muermo

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por Luis Carlos Campos

IV Centenario de El Quijote

Durante casi 4 pesados siglos y sobre todo en este agobiante IV centenario de la publicación de El Quijote nos llevan machacando contínuamente con la promoción de un insufrible mamotreto, publicado en 1605 para desgracia de quinceañeros de secundaria, El Ingenioso Hidalgo Don quijote de la Mancha , que, contra todo lo que nos digan, se caracteriza por el aburrimiento más atroz, palmarios errores narrativos y la absoluta falta de profundidad.

CERVANTES Y EL QUIJOTE SON UN MITO. Borges ya lo dijo, quien consideraba este libro como innecesario y Alonso Quijano “un personaje patético”( Revista de ideas , 1947). Si analizamos tanto el libro como el personaje descubriremos que esta obra es sólo un “ bluff ”, pero no sólo un bluff mediático, sino un gigantesco pufo cultural, una especie de dogma-tabú histórico, UNA GRAN MÁXIMA nacional e universal que nos imponen desde la infancia:

Cervantes y el Quijote son Dioses, son lo máximo.

Ya Unamuno vapuleó a Cervantes duramente en su Vida de Don Quijote y Sancho ( 1905) y lo tachó de irreverente historiador o evangelista incompresivo o erróneo. Navokov (1952) –estilista excelso y cumbre de la novela con su espléndida Lolita (podía haber elegido otro tema para exhibir su maestría)- criticó “ su tosca o estereotipada descripción de la naturaleza, a su falta de técnica en el desarrollo de escenas donde accionan múltiples personajes, como las escenas en la venta, que se resuelven como en una comedia de enredo trivial”

ERRATAS, DISPARATES Y DILACIONES NARRATIVAS


Cervantes ni siquiera sabía escribir bien y se embarullaba y confundía a menudo. Cometía contínuas faltas de ortografía: el investigador Alberto Flores contabilizó nada menos que 3.925 erratas en la primera edición del Quijote, aunque algunas podrían ser errores de imprenta. Dice palabros como “ hablar escuderilmente ” (cap. XII), “ comemos el pan en el sudor de nuestros rostros (cap. XIII, sería con e l…), frases incomibles como “ el acometer los leones que ahora acometí derechamente me tocaba ” (¿¿¿¿, cap. XVII). Todo el Quijote está plagado de expresiones similares, que se supone debemos aceptarlas porque en aquella época malhablaban así. Martín de Riquer reconoce todo esto en su Aproximación al Quijote (1970):

“el Quijote (..)ofrece una serie de defectos fruto muchos de ellos de la precipitación y descuido con que parece estar redactado. DA LA IMPRESIÓN DE QUE CERVANTES ESCRIBÍA SIN RELEER SU LABOR . Así se explica el hecho de que los epígrafes de algunos capítulos corten frases que deberían estar juntas, y que quedan con­fusas gramaticalmente (dañan la ilación, por ejemplo, los epígrafes de los capítulos 4 y 6 de la primera parte, el 73 de la segunda), y que en el transcurso de la novela la mujer de Sancho reciba los nombres de Teresa Panza, Teresa Cascajo, Juana Gu­tiérrez, Mari Gutiérrez y Juana Panza”

UN PLOMO CON DIARREA VERBAL


El manco de Lepanto se equivoca en elementos tan simples de la trama como el robo del rucio de Sancho. En la sintaxis abusa a veces del participio absoluto y de periodos larguísimos de subordinadas que nunca acaban, (dando matices innecesarios). Antiesencial, lo dilata todo, hasta conseguir siempre el máximo aburrimiento . Es como un viejo plomizo contándote batallitas o una historia llena de datos laterales insulsos y rimbombantes:

“Apenas la blanca aurora había dado lugar a que el luciente Febo con el ardor de sus calientes rayos las líquidas de sus cabellos de oro enjugase, cuando Don Quijote, sacudiendo la pereza de sus miembros, se pusó en pie y llamó a su escudero Sancho, que aún todavía roncaba; lo cual visto por Don Quijote, antes de despertarse le dijo:…” (cap. XX).

Para desgracia de los desocupados lectores, el anciano Cervantes, cree que debe dar detalles inacabables que siempre restan dinamismo a la acción. Es sencillamente un plomo , un atroz y empedernido pesado . Por si esto fuera poco, entre medias te castiga con rimas intolerables y grotescas del tenor :

Llaman Liberalidad
Al dar que el extremo huye
De la prodigalidad,
Y del contrario que arguye
Tibia y floja voluntad (Cap.XX)

¿Alguien entiende esto a la primera (o a la quinta…)?. Cervantes casi nunca habla claro. Su diarrea verbal da círculos y círculos sin ton ni son, siempre intentándote convencer que tiene mucho vocabulario, siempre contando detalles minuciosos del movimiento de los personajes, siempre olvidándose de que el buen narrador debe ir al grano, y ante todo tiene que entretener y enganchar. Encima, con desfachatez absoluta, dice en el propio Quijote que se debe escribir:

“ dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos ni oscurecerlos ”

Pretenden hacernos creer que un extenso libro incomible del siglo XVII -con diálogos interminables con párrafos de más de 30 y 40 líneas (caps. XXV o XVIII etc…) y de casi 900 páginas es una obra maestra e incluso que es divertida. Pero la realidad es que - aunque nadie se atreve a decirlo en público - casi todo el mundo se aburre leyendo unas aventuras anacrónicas escritas por un expresidiario reincidente, mercenario oportunista (se apuntaba a cualquier batalla si le pagaban bien y luego demandaba al Estado cuando estaba descontento con la paga (1580)), pendenciero macarra familiar , estafador y mangante condenado repetidas veces y militar vocacional que se quedó tristemente manco en 1571 en la famosa Batalla de Lepanto. No parece un tipo ejemplar capaz de regalarnos “novelas ejemplares”… Poca filosofía nos puede enseñar un individuo así, que encima no para de pontificar de la honra, Dios, las armas o la patria, el amor idealizado. (verbigracia, final del cap. XXIV). “ No cargues todo el rigor de la ley en el delincuente ” espeta con descaro en el.capítulo XLII. Muy ejemplar. Claro, qué va a decir él, un pertinaz infractor abonado a la cárcel de por vida.

ESTAFADOR EXCOMULGADO , CHORIZO REINCIDENTE

Su padre era ya un conocido chorizo y estafador –al igual que su abuelo- a quien embargaron y encarcelaron en 1551. Antes de triunfar como escritor –sólo en los últimos 10 años de su vida, por un bestseller , no por su carrera- Cervantes era un trapisondista de poca monta -traficaba hasta con trigo-, que fue denunciado y encarcelado varias veces como en 1587 o en 1592. En 1587 fue además excomulgado. En 1594 vuelve de nuevo al talego , por que toda la pasta que recaudaba –era recaudador- se esfumaba misteriosamente. En 1602 tuvo de nuevo complicaciones con el Tesoro Público. En el año de la publicación del Quijote vuelve otra vez a chirona acompañado de las Cervantas , porque a la puerta de su convulso burdel asesinan a Gaspar de Ezpeleta. Las Cervantas eran sus hijas, hermanas, mujer y familia femenina, que eran casi todas o todas putas profesionales :

“El hogar de Cervantes dista mucho de ser un modelo de honor y dignidad”- señala Martín de Riquer en su conocida edición del Quijote – ( las hermanas de Cervantes estaban )“dispuestas siempre a recibir dinero a cambio de honor”.

¿Por qué nadie cita semejante dato en este empalagoso IV centenario-panegírico del fallido Quijote ?. El chochal de las Cervantas constituía una peligrosa mafia que convertiría en hermanitas de caridad a la actual cosa costra rumana (ahora instalada en Atocha, donde también vivió Cervantes). Y a este tipejo y chuloputas del año catapún, también conocido cornudo y fornicador infiel a su vez, nos le presentan como un Dios 24/7 . Nos le presentan como un modelo humano y existencial. ¡Vaya distorsión de la historia.! Nada contra la infidelidad y el fornicio, pero es que a este tipo o tipejo NOS LO VENDEN COMO UN PARADIGMA DE HOMO SAPIENS, NACIONAL UNIVERSAL. Y no era modelo de nada y encima escribía ampulosa y desarrapadamente mal. Tiene más de homo que de sapiens.

En 1569 trabajó sorprendentemente de camarero (o camarera ¿o gigoló?) de monseñor Acquaviva en Roma. Se dice que fue condenado a ello por herir en una nueva reyerta macarril al maestro de obras Antonio de Sigura , según una provisión real de 1569. La biografía de Rossi (1988) revela sus tendencias homosexuales, lo cual podría hacernos entender este oscuro episodio. ( Nada contra los homosexuales: un ejemplo de lo que es un narrador en mayúscula sería el inmortal Truman Capote y su A sangre fría , eso sí es una obra maestra universal: real, cinematográfica, poética, indagación psicológica, estilo depurado prodigioso).

Cervantes y El Quijote son la antítesis de la literatura, constituyen el mayor ejemplo de lo que no debe ser una vida o una novela, que debería tener amenidad, trama que enganche, solvencia argumental, economía de recursos, atemporalidad, dinamismo, mímesis, estilística (como Navokov), poeticidad, verosimilitud, y sobre todo estructura (Capote, de nuevo). ¿Entonces por qué son un mito?. La respuesta es : por el Fundamentalismo Cultural. El fundamentalismo cultural nos impone el canon estético de lo que es bueno y lo que es malo. Lo mismo que el fundamentalismo religioso nos impone que Jesucristo es Dios y murió en la cruz para salvarnos; idem con Alá, la Meca y la Guerra Santa. Son dogmas, que la tradición y la repetición mediático-educativa nos hacen tomar como reales. Y las plebes y hasta los catedráticos se los tragan sin rechistar.

LA MANIPULACIÓN DE ASTRANA MARÍN

El Quijote no es él único caso de obra mitificada por el fundamentalismo cultural, a menudo contaminado también por la vanidad nacionalista. Hay muchos ejemplos: La divina Comedia de Dante, Guerra y Paz de Tolstoi, La Iliada de Homero, o El Fausto de Goethe (que eruptaba boutades como “sólo los hombres viven lo humano”), con algunos logros parciales de estilo, son también letales de aburridas y de extensas. Duermen a las ovejas , aunque hagan cien mil tesis doctorales sobre ellas. Son, como El Quijote, todo lo contrario a lo que debería ser la literatura: placer estético y amenidad.

El fundamentalista geocultural Luis Astrana Marín con su Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra (Madrid, 1948-1958, 7 vols.) fue uno de los culpables de este mitología tergiversada. Posteriores trabajos de Cannavaggio (1997) o Rossi (1988) desmitificaron la imagen de Cervantes y la abajaron a la tierra. "Lo malo de Cervantes es que algunos cervantistas se vuelven locos" , ha llegado a decir Cannavaggio. ( El País , 20-01-05).

¿A quién le gusta El Quijote ?. El Quijote es un comodín en el que todo Cristo proyecta su ideología personal El Quijote sólo le gusta a los críticos, los pedantes y eruditos profesionales –como Don Francisco Rico- , a algún fan y alguno que otro buen escritor (tampoco hay que negarlo, casi siempre por extravagancia intelectual y porque quizá no tengan nada más profundo en la cabeza: es un gran tópico diletante decir que Cervantes/Quijote son buenos y modernos: ¡ya… por los párrafos-diálogos de 20-30 ó 40 líneas!!!). El resto de la humanidad simplemente se aburre leyendo un argumento inverosímil, barroco y fosilizado, -es técnicamente una parodia- más propio de un TBO que de una novela (-“ un cuento de Hadas ”, según Nabokov), interpolado de contínuas historias que rompen la narración completamente, las cuales Cervantes eliminó en la segunda parte debido a las acerbas críticas que ya le hicieron en su época. Esto muestra que el tipo no tenía nada claro ni siquiera sobre la torpe (inexistente) estructura de su obra: lo hacía todo a boleo .

El Quijote es un asesinato a la novela y al sentido de la amenidad. Es una tortura intragable desde la primera página, en donde la mitad de los vocablos le son ajenos al lector moderno. (En realidad todo le es ajeno, a menos que te interesen asuntos del siglo XVII, como la honra, las armas, los diálogos de una venta, el servicio a Dios o a Dulcinea, los duelos y los quebrantos etc…). Así no es raro que en el estudio-encuesta que hizo en 1986 la Universidad de Columbia sobre las obras más aburridas de la historia El Quijote aparezca a la cabeza, junto la Biblia , Guerra y Paz de Tolstoi y el Búsqueda del tiempo perdido de Proust –otro peñazo pero mucho mejor escrito-

¿ALGUIEN VIBRA CON LAS PASTORCITA MARCELA?

POR ENCIMA DE TODO EL QUIJOTE ES UN MUERMO . La amenidad no existe en esta historia ilusoria en la que el Cervantes nos castiga sin piedad con un prontuario interminable de refranes, vocabulario exhaustivo (aparecen más de 13.000 palabras distintas) barbarismos y giros coloquiales de época (esto sería el único valor filológico que tiene este aciago libro). Pero la literatura no es demostrar que el autor –que escribió la obra con 58 y 68 años: casi un yayo en la frontera de la chochez, algo que se percibe – sabe muchas palabras y le gusta hacer ripios insoportables. ¿Qué dinamismo puede rezumar un vejestorio de casi 70 años que se ha pasado la mitad de la vida en el talego harto de robar y estafar a diestro y siniestro?. La literatura es arte, “es la vida real, Proust dixit , la vida realmente vivida” no un tío desatado confundiendo molinos con gigantes. Quizá Cervantes era más un viejo entomólogo lingüista que un escritor creativo.

Como poeta, Cervantes es reconocido como pésimo (véase La Galatea ) y como autor teatral ni siquiera sus insufribles entremeses (circenses) fueron representados en vida. Tragedias como la Numancia , además en verso cursi y grandilocuente, en que hasta los muertos hablan, son ya para pegarse un tiro. Leer eso es unmartirio numantino.

Cervantes abusa siempre de historias infantiles, irreales, sin el más mínimo interés o universalidad para el lector moderno. ¿O hay alguien que vibre en el siglo XXI con la interpolaciones pastoriles, moriscas o bizantinas de la primera parte?. Obras como El Persiles o La Galatea confirman la poca misericordia de Cervantes con el lector al que castiga hasta la náusea con su estilo poético y prosístico farragoso, lento, ampuloso, oxidado. Todo en él es artificioso, vano, hueco, prehistórico , apolillado, periclitado… Da mil vueltas siempre para contarte algo. Desconoce el valor de conceptos como síntesis o intriga. Cervantes no engancha a nadie, es el Fundamentalismo Cultural quien nos engancha a Cervantes.

Cervantes fue siempre y con toda razón criticado y menospreciado como escritor en su época. Fue en realidad sólo el autor de un pelotazo bestseller , El Quijote , lo cual le consagró, sin ser considerado un gran escritor entonces. Fue otro horrorífico Dan Brown del XVII.

ESQUIZOFRÉNICO DE TODO A 100

Nos imponen que Sancho y El Quijote representan la mitad de nuestra psique, el homo duplex , lo cual, es sencillamente una gilipollez, cuando no una absurda simplificación. Nuestra mente es mucho más compleja, como sugieren la clasificaciones modernas de Koplowitz, Jung, Maslow o de la moderna Psicología Transpersonal. ¡Qué sabe un mercenario y estafador profesional de la profundidad subliminal de la mente humana!. El idealismo es la búsqueda del infinito, no convertirse en un esperpéntico loco de atar. El presunto idealismo de Alonso Quijano tampoco es universal, aparte de que a nosotros nos parece más propio de un esquizofrénico catatónico que de un ser humano en búsqueda de máximo desarrollo de su potencialidad. Preferimos el idealismo pragmático de Buda o de un romántico clásico, tipo Novalis.

El argumento del Quijote es absurdo. No tiene ninguna verosimilitud. Como su mano postiza, todo es artificial en Cervantes, hasta su filosofía de jubilado barroco en fase terminal. Una filosofía de todo a 100 que dice cosas de cajón como :

“ El que lee mucho y anda mucho , ve mucho y sabe mucho ”.

Profundísimo. No nos habíamos dado cuenta si Cervantes no nos lo dice. Otro heavy plomífero de la crítica, Don Francisco Rico, lo aplaude y lo glosa en estudios tan excesivos y aburridos como la propia prosa del penalizado manco. Poco te puede enseñar un ladrón , un estafador, un profesional de la guerra y un presidario vocacional al que hipócritamente entierran con un sayal de franciscano.

El Quijote no tiene weltanschauung , visión del mundo, sólo la que le dan los críticos pedantes, como los que hablan del perspectivismo relativista o novela polifónica , la típica filosofía del que no tiene nada claro. Que todo el mundo tiene una escisión dual en la mente, parte más racional, parte más espiritual, pues sí, y qué…¿qué pasa qué eso es un descubrimiento de Cervantes?. Además creemos que fue una casualidad. El caballero necesitaba un compañero de aventuras y la elección de Sancho Panza fue aleatoria. Luego los críticos ociosos –casi todos escritores frustrados- se pusieron a especular con la dualidad psicológica. En realidad el recurso facilongo, elemental, de una pareja protagonista es un tópico de la narrativa o cuentística universal, desde Adán y Eva hasta Mortadelo y Filemón. Es como decir que Mortadelo y Filemón representan al homo duplex . Pues no, sólo es una casualidad de cómic.

Un tipo que se viste de caballero andante y va por el mundo a deshacer entuertos. Muy gracioso. Es ciencia ficción, trama ilógica, descabellada que muere cada vez que el chapucero autor nos castiga con una nueva interpolación que rompe toda la trama principal. El argumento no se lo traga nadie, a menos que lo tomemos como el script de un comic. Todo en el quijote –sobre todo su estilo- es falso, inútil, pretencioso. Gusta como pueden gustar Manolo Escobar o Bustamante ( hay público para todo si te lo imponen por televisión o por educación) , después de que el Fundamentalismo Cultural te lo meta por los ojos hasta en la sopa y desde la cuna . De tanto decirte que es una obra maestra la gente llana asiente y se dice “ no sé que verán, pero debe ser bueno ”, aunque en lo más intimo de sus mentes, cuando les obligaban a leerlo de adolescentes se dicen a sí mismos : “ vaya coñazo ”.

UN LADRILLO, GROSOR ASESINO

Eduardo Mendoza, un genial escritor de verdad, que le da mil vueltas a Cervantes y le enseña que la amenidad, la originalidad y la ruptura de la percepción del lector (eso es la literariedad según el Formalismo Ruso), son lo más importante en la novela, reconoce:

“Lo único que quería decir es que mi primera lectura del Quijote no fue una experiencia placentera, aunque sí enriquecedora (…) siempre me ha parecido incomprensible que el Quijote se considere a veces una lectura apropiada para la adolescencia, y más aún para la infancia” ( El País , 1998).

Mendoza ha dicho (2005) que todos los escritores están influidos por El Quijote , incluso los que no lo han leído. ¿Cómo va a afectar a los que no le han leído?. Esto muestra que la Religión Quijotesca afecta incluso a la quijotera de este virtuoso de la palabra, a quién sólo acusaríamos de fallar levemente en los contenidos, que ya se le agotan, quizá por esto augura una polémica y equivocada “muerte de la novela”. Será de la suya, aunque sus lectores no se merecen perder a este maestro.

Mentiríamos si dijéramos que El Quijote no tiene ningún valor. Tienen un valor histórico y filológico innegable. Se anticipa además a los rudimentos de la novela moderna. Tiene cierto valor como relato superficial –COMPLETAMENTE PASADO DE MODA- de aventuras ñoño-infantiloides (clavileño, Barataria, molinos, galeotes…) del siglo XVII. Pero de ahí a decir que es una obra actual, universal y maestra va un gran trecho. Puede que a un lector del barroco le dijera algo o a un fundamentalista cultural cervantino, pero no a un lector exigente moderno, a menos que alguien se identifique con un alunado del siglo XVII, con el tópico y típico Sancho Panza, con el bachiller Sansón Carrasco , el ventero Palomeque, la pastora Marcela o El Caballero de la Blanca Luna.

Tiene además otras muchas utilidades. Por su grosor podría servir para perpetrar un asesinato o para defenderte de los ataques de un moscón, o de la pesadez tu esposa, jefe o suegra . Puede servir también de adorno en la librería o para hacer nivel bajo la pata de una silla o una mesa. Puede servir como mismísimo “ladrillo” o como harta eficaz celulosa higiénica (utilísima por su elevada paginación). Puede servir especialmente como terapia para combatir el insomnio: para nosotros este es su más grande e indiscutible valor.

El Quijote es una de las cimas de la literatura plúmbea universal, junto con el indigesto Ulisses (sólo para pedantes) o las obras de Sanchez Dragó y José María Pemán. Puede que a alguien le guste, porque de gustibus non est disputandum , pero todo el mundo reconocerá que pocas veces en la historia de la literatura se ha alcanzado un nivel más alto de pesadez y aburrimiento y articulación anacrónica de historias insulsas del año de la maricastaña pegadas a la principal cual lo que eran el autor y casi toda su familia, COMO CHORIZOS .

Luis Carlos Campos, es periodista y filólogo. Acaba de publicar el ensayo Calor Glacial , en Arcopress, que desmonta toda la teoría oficial del cambio climático. www.arcopress.com

Tomado de
Literaturas.com

Hermanocerdo Number One

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El incansable Mauricio Salvador, quien regentea el blog The Art of Fiction, por fin pone a nuestra disposición el primer número de la revista electrónica Hermanocerdo, con textos muy interesantes y de alta calidad.

Se lo pueden bajar de a grapa desde aquí (hay que registrarse antes)

Enhorabuena.

Invitación... con toda la intención

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El perpetrador del libelo en persona
(se le puede encontrar en su sitio:
http:www.ignaciomartin.com)


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3/15/2006

El mago de Viena

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3/05/2006

12 años sin la Gran Bestia

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Han aparecido más de 60 libros de su autoría; el próximo jueves, 12 años de su muerte

Bukowski hizo de la literatura y sus borracheras únicos motivos de vida

VICTOR M. CARRILLO MONTIEL
ESPECIAL
Domingo 5 de marzo de 2006


Houston. En un pasillo de la City Light Books en San Francisco se escucha el ruido peculiar del vómito. Adentro, ignorando lo que pasa, una multitud aplaude y ríe y espera. Después de un par de ruidosas arcadas aparece, limpiándose de vómito y vino barato la boca y casi preparado para iniciar una lectura de sus poemas, Charles Bukowski, quien comienza el recital con un sonoro y apestoso eructo.

La imagen es del documental Bukowski: Born Into This, de John Dullaghan, y pinta la esencia de Bukowski: un escritor incómodo con el status quo, que hizo de la literatura y de sus borracheras su único motivo de vida, y en cuya poesía usó un lenguaje de una crudeza brutal más que metafórico.

Bono, vocalista de U2, su amigo, lo describió: "fue un tipo que no tuvo tiempo para la metáfora", pero paradójicamente burlarse de la metáfora se convirtió en uno de sus mejores aciertos literarios. Amparándose en los sótanos más oscuros y léperos del lenguaje, atrapó a los lectores desilusionados por la literatura que consideraba de un vacío enajenante y los encantó poco a poco.

Bukowski nació el 16 de agosto de 1920 en Andernach, Alemania, y fue llevado a Los Angeles a los dos años. Su madre, Katharina Fett, era alemana y su padre, Henry Bukowski, un militar estadunidense que sirvió durante la ocupación en Alemania al final de la Primera Guerra Mundial.

Su familia era la típica en la Alemania de la posguerra: pobre y resentida. Un día, el que sería su padre le llevó comida a la que sería su madre, quien indignada se la aventó. Pese al desaire el militar siguió llevándole alimentos, un gesto que ablandó el corazón de Katharina y eventualmente la motivó a casarse con él.

Dolor sin razón

La pareja se mudó a Estados Unidos, pero la Gran Depresión, la falta de trabajo y dinero frustraron al padre, quien como salida -narra el escritor en The Death of the Father- tenía sólo una opción: golpearlo.

"Cuando alguien te golpea durante mucho tiempo y tan fuerte, te preguntas qué significas. Cualquiera que sea severamente castigado durante su niñez, o sale de esa situación, o termina siendo un violador o un asesino, o en un manicomio, o se pierde en todo tipo de direcciones. Así que mi padre fue un gran maestro de literatura, me enseñó el sentido del dolor, un dolor sin razón", dijo a la revista High Times.

Y ese dolor lo convirtió en un desprotegido y lo alió con hombres al borde del suicidio o la locura ("me simpatizan los hombres con dientes y mentes rotas, y me atraen las mujeres viles, prostitutas borrachas con medias holgadas", escribió en Guts), cuya única oportunidad era resistir; con los más vulnerables en una sociedad en la que portar ese calificativo es sinónimo de no ser y que en la década de los 50 siendo ya la capital de la Coca Cola, El Gran Gatsby -que santifica los beneficios del capitalismo- estaba cerca de ser "la gran novela americana".

Pero rebelarse al libro de Scott Fitzgerald, a su carga ideológica, no era lo que Bukowski pretendió. No quiso iniciar o pertenecer a un movimiento social; sólo anhelaba tener con qué emborracharse, hojas para su máquina de escribir y papel para el baño.

"No soy ningún líder o gurú. Ni busco soluciones en Dios o en la política. Si alguien hace ese trabajo sucio y crea un mundo mejor, lo aceptaré", dijo.

Aun así muchos se sintieron representados por él, que se dedicó de tiempo completo a la literatura a partir de los 49 años después de ser cartero durante 12, y se convirtió en un fenómeno literario en la costa oeste de Estados Unidos porque las editoriales y los críticos de Nueva York, entonces árbitro de la cultura, lo ignoraron y pasó inadvertido en el resto del país.

Pero superó los caprichos de la Nueva York de nariz respingada y sus libros fueron mejor vendidos en Europa. Estados Unidos volteó a verlo cuando su leyenda ya había tomado forma.

Mientras sus textos circulaban en mayores tiradas Women perdía vigencia. En esa novela dice que no tuvo mujer durante cuatro años. Pero conforme su fama crecía se fue convirtiendo en un peculiar don Juan cincuentón con cara cicatrizada por el acné, barriga enorme, que vestía jeans y manejaba un Volkswagen 67 en el que llevaba a cuanta mujer se le insinuaba a su departamento en DeLongre Avenue 5124, al este de Hollywood.

Chinaski, su alter ego (cuando discutía borracho con su esposa, le gritaba: "No me digas hijo de la chingada; dime Arturo Bandini" -personaje de John Fante, su escritor preferido), aceptó que su vida y literatura estuvieron marcados por dos hechos inalterables: haber tenido a los padres que tuvo ("tuve unos padres terribles, y ellos construyen el mundo de uno"), y haber sufrido un caso atípico de acné que le dejó marcada la cara y el alma.

Heinie, como le apodaban en la primaria por el acento alemán con que pronunciaba su primer nombre, Henry, enfrentó esas frustraciones escuchando el 91.5 de FM o el 1330 de AM (ya desaparecida) de Los Angeles, ambas de música clásica; protagonizando peleas en las cantinas; expulsando, completamente borracho, del sofá de una patada a su esposa Linda Lee, amenazándola con el divorcio, o simplemente caminando y deteniéndose, como narra en Notes of a Dirty Old Man, en algún puesto de Hollywood y Western para disfrutar de las colinas y el sol mientras devoraba un taco.

Pero fue escribiendo como mejor le metió mano a la vida por debajo de la falda sin recato alguno.

Se refugiaba en su único credo: dos botellas de tinto y música clásica, y entonces los textos salían de su máquina como en cascada: redactó su primera novela Post Office, en sólo 19 días, y se han publicado más de 60 libros de poemas, cuentos y novelas, incluyendo ediciones póstumas, que lo confirman como un escritor que hacía de su literatura, autobiográfica casi totalmente, una hoguera en la que se incendiaba a sí mismo.

Pese a que sus poemas eran una fuente liberadora, los golpes de su padre que lo orillaban al suicidio ("soy el chico suicida") y la cara cicatrizada ("es el peor caso de acné que he visto": su médico, en Ham on Rye), hicieron de su literatura una representación de la realidad de aquellos a quienes les falló la vida, como a él.

Y para ambos casos encontró desde los 17 años el antídoto perfecto, que lo acompañó desde su primer libro Flower, Fist and Bestial Wail (1960), hasta su póstumo más reciente publicado Come in on! New Poems (2006): "Siempre estaré borracho; la borrachera aleja a uno de la obviedad, y si frecuentemente uno está lejos de ella, no se convierte en un tipo obvio", dice en Ham on Rye.

Bukowski era una mezcla de Walt Whitman, don Juan y el mexicanísimo Pito Pérez. (El antihéroe teporocho de la picaresca mexicana, Pito Pérez, que lo mismo se emborrachaba con vino de consagrar que se deleitaba mirando las piernas de las devotas mientras escuchaban misa, pensaba como Charles: "seré malo hasta el fin, borracho hasta morir congestionado por el alcohol").

Ni la explosión de una úlcera que le sangró por la boca y el ano, por lo que fue trasladado al hospital de Los Angeles en 1955, de donde salió con la advertencia de que si tomaba un trago más moriría, lo persuadió de dejar el alcohol: años después, en el documental de Dullaghan, se ve a un Heinie ya viejo brindando hacia la cámara con un vaso de vino tinto, sonriendo con esa sonrisa que tienen los que no le regatean nada al drama humano, y acusando: "los médicos no siempre aciertan".

La escena no es heroica pero, al igual que la imagen del vómito, muestra el tuétano de la vida con el que alimentó su poesía.

Bukowski murió de leucemia el 9 de marzo de 1994, y el 26 una multitud que pasaba por Beverly Boulevard 8300 preguntaba por qué había tantas sillas en la banqueta y tanta gente en el Arundel Antiquarian Books. La duda quedó despejada pronto: la estación de radio KCRW colocó una bocina afuera del local para que la gente que no pudo entrar escuchara el recordatorio a Charles.

Si Bukowski hubiera visto esa escena, igual que Pito Pérez se habría solazado con las piernas de las devotas a su literatura, se habría tomado una copa y mofándose igual que de la metáfora, se habría presentado como lo que siempre fue: la personificación perfecta del dedo medio levantado. Y probablemente les habría dicho: salud.

O quizá sólo habría expelido otro sonoro y apestoso eructo.

(Tomado de La Jornada: http://www.jornada.unam.mx/2006/03/05/a06n1cul.php)