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Literatura en el blog

9/26/2005

Los ejercicios de John Cheever

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Fragmentos del prólogo de Rodrigo Fresán a La geometría del amor de John Cheever (Buenos Aires, Emecé, 1998):

A modo de curiosidad reveladora, basta inspeccionar el programa propuesto por John Cheever para sus alumnos en su breve y accidentado paso por Iowa University.

Lo primero que Cheever pedía era la escritura de un diario que abarcase por lo menos una semana y en el que aparecieran registradas todas las experiencias. Sentimientos, sueños, orgasmos, ajustadas descripciones de la ropa holgada que estaba de moda y de los colores de las botellas vacías o a vaciar.

El segundo paso consistía en la escritura de un cuento en el que siete personas o paisajes que aparentemente no tuvieran nada que ver aparecieran inevitable y profundamente relacionados entre sí.

El tercer paso -y ésta era su asignatura favorita- era el de redactar una carta de amor como si se la estuviera escribiendo desde un edificio en llamas. "Un ejercicio que nunca falla", aseguraba.

Un cuento o un relato es aquello que te cuentas a ti mismo en la sala de un dentista mientras esperas que te saquen una muela. El cuento corto tiene en la vida, me parece a mí, una gran función. Es, también, en un sentido muy especial, un eficaz bálsamo para el dolor: en una silla que te lleva a la pista de esquí y que se quedó atascada a mitad de camino, en un bote que se hunde, frente a un doctor que mira fijo tus radiografías... Nos la pasábamos esperando una contraorden para nuestra muerte y cuando no tienes tiempo suficiente para una novela, bueno, ahí está el cuento corto. Estoy muy seguro que, en el momento exacto de la muerte, uno se cuenta a sí mismo un cuento y no una novela", dijo y -en "Why I Write Short Stories", ensayo especialmente escrito para la revista Newsweek con motivo de la publicación y éxito de Cuentos y relatos- precisa: "¿Quién lee cuentos?, uno se pregunta, y me gusta pensar que los leen hombres y mujeres en salas de espera; que los leen en viajes aéreos transcontinentales en lugar de ver películas banales y vulgares para matar el tiempo; que los leen hombres y mujeres sagaces y bien informados quienes parecen sentir que la ficción narrativa bien puede contribuir a nuestra comprensión de unos y otros y, algunas veces, del confuso mundo que nos rodea".